"Lo ideal sería tener el corazón en el cráneo y el cerebro en el pecho. Así, pensaríamos con amor y amaríamos con inteligencia."
-Anónimo

viernes, 8 de agosto de 2014

No es fácil.

No es fácil. No es nada fácil convivir con la inseguridad. La inseguridad te consume poco a poco, se alimenta de tí, de tu felicidad. Hay días no tan malos en los que te despiertas muy feliz. Y días en los que la inseguridad madruga, se despierta antes que tú para asegurarse de que te sientas mal durante el resto del día. Se asegura de que veas cada unos de tus fallos al mirarte al espejo, y que sobre todo, te deprimas y te obsesiones por ello.

Yo por ejemplo, hay días en los que me miro al espejo y pienso: "Hm, me veo guapa hoy", salgo de casa con la cabeza bien alta y confiada, y a raíz de eso pueden pasar dos cosas, puedo volver a casa y lo primero que pasa por mi cabeza es: "¿En serio he salido así a la calle?" o sigo feliz y confiada el resto del día.
Otros días directamente me despierto triste, amargada sufriendo al ver mi reflejo y todos sus fallos. Que si demasiados kilos por aquí, demasiados kilos por allá, espinillas, heridas, cicatrices, etc. En esos días soy tan pasota que cojo lo primero que pillo del armario, y al salir me da igual la opinión de los demás, porque sé que no van a ver más fallos de los que yo ya veo.

La ropa es una tortura. Lo que para las demás chicas es un paraíso, para mí es un infierno. Que no se me entienda mal, a mí la ropa me encanta. Pero, ¿de qué me sirve que me encante si justo la ropa que me gusta no me la puedo poner?
Normalmente, no hay tallas de la ropa que me gusta en las tiendas, y si las hay, milagro.
Las camisetas cortas, las denominadas "crop-tops", esas que enseñan el ombligo, me intimidan mucho porque tengo demasiada barriga. Yo no puedo ponerme esas camisetas a no ser que los pantalones que lleve debajo sean lo suficientemente altos como para tapar la piel que enseñan las camisetas, o si llevo una falda alta, las queridas "skater skirts", y entonces meto la camiseta dentro de la falda.
Otro ítem de vestimenta que es muy raro que me ponga, la falda. Las faldas son preciosas, pero al tener las piernas que tengo, gordas y fofas, con el roce al andar, se producen rozaduras, las cuales no son nada agradables. A veces las rozaduras son tan extremas, que cuando llego a mi casa no puedo hacer más que tumbarme y ponerme algo frío en las dos piernas para aliviar el ardor y el dolor. Y si tengo que andar por la casa, tiene que ser al estilo pingüino intentando que las piernas ni se rocen, porque como se toquen aunque sea un segundo, a eso ya se le puede denominar tortura. Lo mismo me pasa con los pantalones cortos.
Por eso odio el verano, porque al llevar pantalones cortos debido al calor, al final acabo con muchas rozaduras y a veces, con sangre. Cuando ya no puedo más, cuando las rozaduras ya me duelen demasiado, llevo pantalones largos. Lo malo de llevar pantalones largos en verano, es que me miran mal. Me miran y piensan: "¿Qué hace esa loca con pantalones largos? Debe de estar pasando un calor..." ¡Pues sí joder! ¡Soy humana! ¡Claro que tengo calor llevando pantalones largos en verano! Pero prefiero pasar calor durante el tiempo que lleve los pantalones largos, a tener que sufrir durante y después de llevar unos cortos.
La ropa ajustada. No la soporto. Lo único ajustado que puedo llevar son los vaqueros y pantalones en general, porque me aprietan en las zonas adecuadas. Pero camisetas, faldas y vestidos... me resulta incómodo porque tengo que estar todo el rato pendiente en meter barriga, y no me atrevo a sentarme porque entonces todas mis mollas salen a saludar al mundo. Y no es que sea algo agradable de ver.

Mi madre y mi abuela son unas obsesas del cuerpo perfecto.
Cuando mi abuela era joven, estaba obsesionada con las dietas y con controlar su peso. Un día trabajando en  una empresa de informática, un hombre le dijo al jefe de mi abuela: "Con modelos trabajando aquí, seguro que hacéis buenas ventas." El jefe se quedó atónito, y resultaba que se refería a mi abuela. Mi abuela se sintió muy alagada, lo cual es bastante normal digo yo. Cuando un día por fin consiguió el cuerpo perfecto con casi nada de grasa, porque si la tenía no se notaba, mi abuelo, tan simpático que era en esa época, un día la vio sentada en un viaje en tren, y se dio cuenta de los pliegues de piel, no de grasa, de piel, en la barriga de mi abuela, y le dijo que estaba gorda. Mi abuela se obsesionó aún más, y llegó a tal punto que hubo un tiempo en el que solo comía manzanas y bebía o café o agua. Pero menos mal, al final se dio cuenta de que era ella la que tenía que estar satisfecha consigo misma, y empezó a comer de forma saludable.
Mi madre, fue segunda dama en un concurso de Miss Turismo en Ibiza en 1990. Era preciosa, y aunque estaba menos obsesionada que mi abuela, también controlaba mucho lo que comía y se mataba a ejercicio. Sigue haciendo ejercicio, no tanto, pero corre mínimo 10km siempre que tiene tiempo, y debido a malos acontecimientos en su pasado, empezó a beber y ahora tiene barriga cervecera.
Y aquí estoy yo, la oveja negra de la familia bajo la presión de éstas dos locas de la perfección.

Mis amigos me dicen que estoy bien, que si quiero adelgazar, que sea poco porque no me hace falta. Me alaga que se esfuercen en no ser brutos al decir que adelgace, pero en el fondo piensan que estoy gorda. Y sinceramente siempre hay alguien que critica el físico de la gente aunque sea sin querer y sin querer ofender. Que si uno es muy orejón, que si una tiene mucho culo, que si alguien es demasiado flaco, que si demasiado gordo... Y entonces mi inseguridad se refuerza. Si piensan y dicen eso de los demás, ¿qué dirán de mí cuando no estoy delante?
Y Daveth... Él dice que estoy bien y debo quererme por cómo soy. Pero yo sufro cuando me intenta levantar del suelo y me coge, porque aunque intente esconderlo, se nota que le cuesta porque su cara se enrojece. Aunque agradezco el detalle de intentar ocultarlo.

Al fin y al cabo soy yo y sólo yo quien tiene que ser feliz con lo que ve todos los días en el espejo, y aunque los demás me digan que estoy bien, mientan o no, yo no estoy feliz. Estoy harta. Intento perder peso, pero por mucho que haga no pierdo casi nada, y al final me acabo rindiendo y comiendo cualquier dulce y cualquier cosa que no debería.

Pero bueno, aún no me he rendido del todo. Seguiré intentando perder peso. No sé cuánto tardaré ni cuánto tendré que perder para ser feliz. Pero hasta que no lo consiga, no pienso parar. Aunque en el camino me toque llorar desconsoladamente hasta no poder respirar.

2 comentarios:

  1. No tienes ni idea de lo parecidas que somos.

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    1. Aish tonta... Ya lo superaremos y los dejaremos a todos con la boca abierta, y ya de paso de tragarán sus malas críticas jajaja 😘

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